miércoles, 13 de abril de 2011

Caminando por Caracas / 2. Capitolio: Parte I. "Extraños como las ardillas negras"


No veo a Leo desde que vivíamos en Rio de Janeiro. Nació en Punto Fijo y mal conoce Caracas. Anunció su visita hace un par de semanas y antes de que llegara ya había planeado con Alejandro la ruta por la que lo pasearíamos. Nos gusta eso de ser guías turísticos y turistas a la vez.

Comenzamos por el Centro. Cámara en mano bajamos por la 1era Avenida de Los Palos Grandes y nos conseguimos con las paredes cubiertas con nuevos posters de FE, un joven arquitecto de la FAU que hizo de algunas calles caraqueñas museos abiertos con obras clásicas impresas en papel. De las bailarinas de Degas pasamos frente a un “mototaxi” y Leo, muy aventurero y temerario, preguntó si podíamos ir en uno. Logré manipular su curiosidad y llevarlo directo al metro.

Ya en Capitolio fuimos directo a las Escalinatas de El Calvario donde estaban sentadas varias parejas de bachilleres enamorándose. Le había hablado bastante de Villanueva así que bajamos a la plaza O’Leary y nos topamos con el Oficial Solórzano, “Guardia Patrimonial” sin armas, interesado en explicarnos a nosotros, los turistas, todo lo que no sabíamos de la historia de esas esquinas. Después de hablar de los pecados de Páez, la esquina de Angelitos y las meretrices, sorprendido de que fuésemos venezolanos y recordando aquella lejana vez que tuvo que ir a Chacao a hacer alguna diligencia del Seguro Social, se ofreció para tomarnos una foto. Al final posó muy alegre a nuestro lado y antes de irnos se aseguró de obtener las imágenes: “Acá tienen mi correo, mándenme esas fotos, mis amigos no me van a creer este cuento, que me puse a hablar con unos catires de Altamira, que ustedes son venezolanos y son buena gente”.

Sintiéndome extraña apunté hacia las Torres de El Silencio y le eché a Leo el cuento del Plan Rotival y de la Caracas que nunca fue. Volvimos sobre nuestros pasos y nos detuvimos en el Palacio de las Academias. Queríamos pasar pero no pudimos porque era refugio para los afectados por las recientes lluvias. “Allí vivía gente”. En la puerta, una de las damnificadas nos dijo que podíamos entrar, pero un sutil funcionario nos mostró la cámara que teníamos en frente: “Hay Asamblea, la gente acá está muy pendiente, vengan otro día.”

Frustrados entramos en la Iglesia de San Francisco: una pared llena de medallas, fotos y títulos, ofrendas a San Onofre por bachilleres y universitarios graduados; un Cristo más que humano; un padre enseñándole a su hijo, aún en uniforme de colegio, a rezar; un obrero lleno de pintura durmiendo en uno de los bancos con su gorra tapándole la cara. Conmovidos seguimos hasta la Plaza Bolívar. Un grupo de bolivianos hablando aymara le tomaba fotos a las ardillas negras con sus celulares y unos niños las alimentaban con maní tostado. Al voltear a la “Esquina Caliente” leímos un cartel que, con una extraña redacción, decía: “AVISO. Se le participa a la comunidad revolucionaria que deseen participar y pertenecer al Frente Revolucionario del Poder Popular con el fin de poner nuestro granito de arena y obtener la Venezuela que nosotros y nuestro Comandante anhela y los niños, niñas y adolescentes tengan el futuro que se merecen. NOTA: las personas que deseen permanecer deben ser netamente venezolanas (por favor). Interesados llamar a (…) ¡Venceremos!”

Cuestionándome el sentimiento de turista en la ciudad donde nací, seguimos caminando hacia historias más interesantes que quedarán para la segunda parte de este paseo.

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