lunes, 25 de julio de 2011

Ciudadelas y desiertos

Crackass

Carakistán

Que hoy sea nada más Caracas.

Una ciudad de adelantos y atrasos que ya no brilla.


Que sobrevive.

sábado, 2 de julio de 2011

martes, 28 de junio de 2011

miércoles, 13 de abril de 2011

Caminando por Caracas / 2. Capitolio: Parte I. "Extraños como las ardillas negras"


No veo a Leo desde que vivíamos en Rio de Janeiro. Nació en Punto Fijo y mal conoce Caracas. Anunció su visita hace un par de semanas y antes de que llegara ya había planeado con Alejandro la ruta por la que lo pasearíamos. Nos gusta eso de ser guías turísticos y turistas a la vez.

Comenzamos por el Centro. Cámara en mano bajamos por la 1era Avenida de Los Palos Grandes y nos conseguimos con las paredes cubiertas con nuevos posters de FE, un joven arquitecto de la FAU que hizo de algunas calles caraqueñas museos abiertos con obras clásicas impresas en papel. De las bailarinas de Degas pasamos frente a un “mototaxi” y Leo, muy aventurero y temerario, preguntó si podíamos ir en uno. Logré manipular su curiosidad y llevarlo directo al metro.

Ya en Capitolio fuimos directo a las Escalinatas de El Calvario donde estaban sentadas varias parejas de bachilleres enamorándose. Le había hablado bastante de Villanueva así que bajamos a la plaza O’Leary y nos topamos con el Oficial Solórzano, “Guardia Patrimonial” sin armas, interesado en explicarnos a nosotros, los turistas, todo lo que no sabíamos de la historia de esas esquinas. Después de hablar de los pecados de Páez, la esquina de Angelitos y las meretrices, sorprendido de que fuésemos venezolanos y recordando aquella lejana vez que tuvo que ir a Chacao a hacer alguna diligencia del Seguro Social, se ofreció para tomarnos una foto. Al final posó muy alegre a nuestro lado y antes de irnos se aseguró de obtener las imágenes: “Acá tienen mi correo, mándenme esas fotos, mis amigos no me van a creer este cuento, que me puse a hablar con unos catires de Altamira, que ustedes son venezolanos y son buena gente”.

Sintiéndome extraña apunté hacia las Torres de El Silencio y le eché a Leo el cuento del Plan Rotival y de la Caracas que nunca fue. Volvimos sobre nuestros pasos y nos detuvimos en el Palacio de las Academias. Queríamos pasar pero no pudimos porque era refugio para los afectados por las recientes lluvias. “Allí vivía gente”. En la puerta, una de las damnificadas nos dijo que podíamos entrar, pero un sutil funcionario nos mostró la cámara que teníamos en frente: “Hay Asamblea, la gente acá está muy pendiente, vengan otro día.”

Frustrados entramos en la Iglesia de San Francisco: una pared llena de medallas, fotos y títulos, ofrendas a San Onofre por bachilleres y universitarios graduados; un Cristo más que humano; un padre enseñándole a su hijo, aún en uniforme de colegio, a rezar; un obrero lleno de pintura durmiendo en uno de los bancos con su gorra tapándole la cara. Conmovidos seguimos hasta la Plaza Bolívar. Un grupo de bolivianos hablando aymara le tomaba fotos a las ardillas negras con sus celulares y unos niños las alimentaban con maní tostado. Al voltear a la “Esquina Caliente” leímos un cartel que, con una extraña redacción, decía: “AVISO. Se le participa a la comunidad revolucionaria que deseen participar y pertenecer al Frente Revolucionario del Poder Popular con el fin de poner nuestro granito de arena y obtener la Venezuela que nosotros y nuestro Comandante anhela y los niños, niñas y adolescentes tengan el futuro que se merecen. NOTA: las personas que deseen permanecer deben ser netamente venezolanas (por favor). Interesados llamar a (…) ¡Venceremos!”

Cuestionándome el sentimiento de turista en la ciudad donde nací, seguimos caminando hacia historias más interesantes que quedarán para la segunda parte de este paseo.

Caminando por Caracas / 1. La Castellana: “Esconderse en un rincón del mundo”


A Javier Marichal, educador sentimental

Dicen que a mediados del XX, después de que nuestras calles de tierra pasaron a ser de asfalto y decidimos ser una ciudad “moderna”, el valle nos quedó pequeño y empezamos a vivir apretados. Ante esta ciudad que llena lo verde con asfalto y frente a algunos habitantes (y gobernantes) que nos quitan el poco espacio que queda decidí un día conquistar mis propios lugares. Descubrir sus retiros raros. Cada rincón nuevo que surge del descubrimiento lo siento mío, como si me hubiera estado esperando siempre para alegrarme entre tanto caos. Así, caminando por La Castellana, llegué un día a la Librería Estudios.

Escondida en un lugar que no le hacía justicia en forma a la esencia de lo que tenía en sus estantes y mesas, Estudios fue la primera de mis conquistas caraqueñas. Era un lugar para ir a sorprenderse. Y yo necesitaba mantener vivo mi asombro que a veces se dormía entre tanta automatización caraqueña. Sobre todo, era un lugar para aprender en esos días cuando la Academia se nos volvía pesada y la curiosidad rebasaba sus paredes.

Trabajando en el Banco del Libro, otro entrañable lugar, descubrí una Literatura Infantil diferente. Cuando preguntaba dónde conseguir esas maravillas porque necesitaba, más que verlas, poseerlas para poder disfrutarlas siempre, me hablaban de un gran librero que estaba en La Castellana, un hombre casi mítico, que todo lo sabía o todo lo buscaba y conseguía. Fue así como llegué a él. Yo no iba a Estudios por los libros, iba para que su gran librero me mostrara sus tesoros, y entonces ahí aparecían los libros. Al entrar caminaba de prisa los diez pasos que me permitían voltear a la derecha y verlo buscando maravillas en su computadora, sentado en su pequeño escritorio, donde siempre exhibía alguna novedad en la que yo pegaba los ojos y el deseo.

De esta conquista no sólo disfrutaba yo, éramos varios los compañeros de café, novedades y asombros; de tiempo en tiempo siempre hubo una tarde para tomarse un jugo en la Majestic y terminar hablando de música, de grandes ilustradores, de la vida, de todo lo que ese gran conversador tuviera tiempo de compartir. Cuando sabíamos que alguien se había dado su vuelta preguntábamos curiosos qué novedades traía. Siempre expectantes. Porque el señor Javier participaba de esa esperanza de los curiosos, y siempre salíamos con el alma- o esa cosa que nos mueve- bien llena. Además seguíamos vibrando cuando lográbamos, posiblemente después de haber perdido una tarde de clases católicas, volver a casa con una bolsa bajo el brazo y la mente demasiado activa.

Dentro de mis conquistas iba creando esa pequeña seguridad que necesita el que lo sabe todo cambiante e inestable; esperaba, con inocente fe, que eternamente se encontraran allí esos lugares, que la librería estuviera abierta siempre, porque sabía con certeza absoluta que el señor Javier me sorprendería con algo hasta la mañana de un sábado. Pero este abril a nuestra muralla se le cayeron varios ladrillos, de los que se encontraban en la base, además. Supe que, por motivos poco nobles, Estudios cerraría, que se perdería uno de nuestros refugios.

Intentamos adaptarnos a esta ciudad, pero otras manos mueven las piezas y nosotros no podemos controlar las jugadas mayores. A veces, impotentes, nos rendimos. Mantenemos la fuerza tan difícil de lograr, pero cualquier tarde pasan estas cosas.

“Descansamos sólo lo necesario para continuar”

El señor Javier ha sido parte de nuestra educación sentimental, él y sus libros nos han ayudado a hacer alma, y por eso después de la primera tristeza que nos produjo la noticia del cierre toca, como a los personajes de Jimmy Liao que él mismo nos descubrió, esconderse en un rincón del mundo, y pronto, muy pronto, asomar la cabeza y continuar.